Publicado originalmente en el diario Huelva Información (Miércoles, 1 de Febrero de 1994)
Advierte Julián Marías que “cada vez son más los hijos únicos y por tanto tiende a desaparecer lo que da sentido a la palabra fraternidad: el vínculo que une a las personas que tienen padres comunes y se crían juntas”. Esto cuando se habla de la Europa sin fronteras y de que la Tierra está a punto de convertirse en una aldea mundial, lo cual no deja de ser una fantasía a pesar de todos los avances logrados. Cuando los de siempre se reúnen y actúan en nombre de toda la Humanidad, tropiezan con que en algunas partes del Mundo nacen muchos hijos. Y entonces, se estima conveniente y urgente que dejen de nacer. No que vivan mejor, que se establezcan relaciones de fraternidad entre los países, que los excesos de producción de unos lleguen a quienes los necesiten, que se miren como hermanos. El problema es que la única utilidad social de pasar hambre es pasar hambre, y por eso miramos con recelo a los pueblos hambrientos: por su conducta antisocial y regresiva.
¿Cómo es posible que cuatro quintas partes de los animales racionales (por decir algo) que habitan en el Mundo pasen hambre? Misterios del alma y del estómago humanos. Que pueblos enteros se dediquen profesionalmente a pasar hambre tiene algo de exagerado, y por eso sus miradas nos acusan de glotones, de colesterosos, de acumuladores de grasas, de derrochadores.
Nuevos acólitos se suman diariamente a la secta de los hambrientos, pero también son cada vez más los voluntarios que nos demuestran que ya no son los misioneros los únicos héroes que tenemos por esos mundos de Dios. Es digna de alabanza la actividad que desarrollan las ONG; sobre todo aquellas cuyos miembros trabajan codo con codo, con las manos unidas, y no pensando cómo meterlas en los bolsillos ajenos para llenar los propios. Organizaciones No Gubernamentales como Cáritas o Manos Unidas son conscientes de que la ayuda monetaria que se le da al pobre sera siempre insuficiente y tiende, fundamentalmente, a perpetuar su situación y a convertirla en un modo de vivir, con todas las negativas consecuencias que ello implica. Por eso tratan de hacer suyo el proverbio chino: “Si le das un pescado a un hombre, le quitas el hambre por un momento. Si le enseñas a pescar, le quitas el hambre para siempre”.
El caradura de Napoleón III decía que “la pobreza dejará de ser rencorosa cuando la riqueza sepa hacerse discreta”. Cuando se agudiza la crisis, los napoleones terceros suspenden viajes, cenas y bailes para aparentar. Cuando la cosa mejora, bailes, cenas, cócteles y demás coñazos llenan de nuevo las revistas especializadas en hacer soñar a unos pocos y rabiar a la mayoría. Nos movemos entre el egoísmo y la hipocresía y ya estamos acostumbrados a que mientras unos bailan, otros se mueren de hambre. Muchas voces sensibles tendrán que unirse para pedir a gritos que la responsabilidad y la concordia no tengan fronteras, que tengan al ser humano de cualquier parte del Mundo por bandera. En fin, como dice Odón Betanos, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, “que hable por Dios la unidad de conciencia planetaria definidora de la raza humana”. Así sea.
¿Cómo es posible que cuatro quintas partes de los animales racionales (por decir algo) que habitan en el Mundo pasen hambre? Misterios del alma y del estómago humanos. Que pueblos enteros se dediquen profesionalmente a pasar hambre tiene algo de exagerado, y por eso sus miradas nos acusan de glotones, de colesterosos, de acumuladores de grasas, de derrochadores.
Nuevos acólitos se suman diariamente a la secta de los hambrientos, pero también son cada vez más los voluntarios que nos demuestran que ya no son los misioneros los únicos héroes que tenemos por esos mundos de Dios. Es digna de alabanza la actividad que desarrollan las ONG; sobre todo aquellas cuyos miembros trabajan codo con codo, con las manos unidas, y no pensando cómo meterlas en los bolsillos ajenos para llenar los propios. Organizaciones No Gubernamentales como Cáritas o Manos Unidas son conscientes de que la ayuda monetaria que se le da al pobre sera siempre insuficiente y tiende, fundamentalmente, a perpetuar su situación y a convertirla en un modo de vivir, con todas las negativas consecuencias que ello implica. Por eso tratan de hacer suyo el proverbio chino: “Si le das un pescado a un hombre, le quitas el hambre por un momento. Si le enseñas a pescar, le quitas el hambre para siempre”.
El caradura de Napoleón III decía que “la pobreza dejará de ser rencorosa cuando la riqueza sepa hacerse discreta”. Cuando se agudiza la crisis, los napoleones terceros suspenden viajes, cenas y bailes para aparentar. Cuando la cosa mejora, bailes, cenas, cócteles y demás coñazos llenan de nuevo las revistas especializadas en hacer soñar a unos pocos y rabiar a la mayoría. Nos movemos entre el egoísmo y la hipocresía y ya estamos acostumbrados a que mientras unos bailan, otros se mueren de hambre. Muchas voces sensibles tendrán que unirse para pedir a gritos que la responsabilidad y la concordia no tengan fronteras, que tengan al ser humano de cualquier parte del Mundo por bandera. En fin, como dice Odón Betanos, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, “que hable por Dios la unidad de conciencia planetaria definidora de la raza humana”. Así sea.
1 comentario:
Espoc al habla:
A mí me parece que parte de la solución al problema del hambre está en la emigración.
Lo de que haya tanto hijo único parece un experimento. Algunos hijos únicos crecen sobreprotegidos y ven frenado el desarrollo de su independencia emocional y económica, lo que lleva a algún que otro conflicto social por la egolatría resultante. Si ahora este fenómeno se generaliza, el resultado del experimento es fácil de predecir.
Espoc
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