27 septiembre 2007

HUMORISTAS Y BUFONES

Artículo escrito por Gerardo Macías Prieto, publicado originalmente en el diario Huelva Información (sábado, 16 de julio de 1994). Retrato del enano don Sebastián de Morra (Velázquez, 1645). Lienzo pintado al óleo, mide 106,5 cm de alto por 81,5 cm de ancho. Se conserva en el Museo del Prado. Velázquez retrata a uno de los enanos bufones de la corte de Felipe IV, lisiado de nacimiento que era objeto de burla y abuso por los poderosos. Velázquez lo pinta de cuerpo entero, sentado en tierra, con sus cortas piernas hacia delante, en una posición nada elegante que recuerda a una marioneta. Viste un rico jubón.
Dice Cervantes en Hamlet: “Humor o mala uva, esa es la cuestión”. Antes de que me salga alguien con que no fue Cervantes, aclaro que todo esto viene a cuento de una anécdota de José María Carrascal en su libro “Al filo de la media noche... y algo más” (lo de “algo más” no es porque todavía no ha conseguido que sus Noticias empiecen antes de la una y media de la madrugada). La anécdota se refiere a la definición de periodista que hace el ensayista alemán Haffner: “Los periodistas somos los bufones de nuestra época”.
Pero no se escandalicen todavía, que les explico: en el Antiguo Régimen (no los cuarenta años, sino el régimen europeo anterior a las revoluciones industrial y francesa), estaba en manos del rey el definitivo poder de decisión en todo lo que afectase a la vida nacional. En torno a él se reunía una corte de nobles ansiosos de ganarse su favor. “La situación es excelente”, “el pueblo os quiere”, “somos temidos y respetados en el exterior” y “atravesamos uno de los periodos más próperos de nuestra historia” eran mentiras con las que los nobles intentaban agradar al monarca. Pero en la corte había un personaje -el bufón- que era gracioso y le contaba al rey la verdad: que la prosperidad y el prestigio eran ficticios y que el pueblo le quería tanto como a un grano en el culo. Más de una vez, el bufón acababa en la fuente del patio o molido a palos. Pero era su papel y lo cumplía con orgullo y sentido del humor.
Para Haffner, en la actualidad el rey es el pueblo; los nobles representan a los políticos y en el papel de bufones actúan los periodistas.
Por aquello del sentido del humor, entre los periodistas/bufones quiero destacar a los humoristas gráficos. Las viñetas periodística son tildadas de editoriales gráficos, pero también son tachadas de incompletas porque sólo tratan la vertiente humorística de cada asunto. Lo que es innegable, como dice Cabodevilla, es que “el humor es el sentido de la objetividad”.
Pero parece que el humor se está deteriorando entre los españoles. Como se creyó que la democracia sería la panacea y ahora los políticos no son capaces de arreglar ni los problemas que se les han venido encima ni los que se han creado ellos solitos, la gente anda desilusionada y de bastante mala uva. Y eso, aparte de que no resuelve nada, es malo para el colesterol, para el hígado y hasta para la democracia. Lo mejor es buscar el lado divertido de las cosas para no exponernos a dar el reventón el día menos pensado. Pero siempre sin olvidar lo que dice Chesterton, un humorista inglés de los que no necesitan que les pongan por detrás risitas enlatadas como en la tele: “Divertido es lo contrario de aburrido, no de serio”.
¿Por qué la gente, que está tan aburrida (“aburrido” viene de “burro”) no recupera el hábito de la lectura ahora que hay ofertas tan divertidas como la Ley Corcuera, la de Reforma Laboral o la entrevista a Roldán? Ya sé que no está el horno para bollos con el maravilloso futuro que nos aguarda, pero si leyesen cualquier programa electoral se darían cuenta de que no hay de qué preocuparse, porque los problemas van a resolverse ya mismo. Así que tranquilos, tíos, que en España lo que no es de pena es de risa y hay que tomárselo todo con humor: los discursos políticos, que le roben a uno el coche, que ya no nos queden más agujeros en el cinturón, creer que los terroristas van a dejar su “trabajo” para apuntarse al paro... En fin, siempre optimistas, pero sin pasarse, no vaya a ser que nos ocurra como al que dijo: “¡No os preocupéis, que no es nada lo del ojo...!”... y el pobrecillo lo llevaba en la mano.

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