04 diciembre 2006

FELIZ NAVI... ¿QUÉ?

Publicado originalmente en el Diario Huelva Información, Suplemento Extraordinario de Navidad (24 de Diciembre de 1.995)

Los primeros aguinaldos se han encargado de recordárnoslo... ¡Ya es Navidad! Se ralentiza la actividad mundana y, de paso, llenamos los corazones de buenos deseos para los demás y, sobre todo, para nosotros mismos. Las calles se inundan de música y luces de colores y el Ayuntamiento pone un belén para que, como cada año, a algún gracioso se le ocurra llevarse el Niño. En Nochebuena, la familia se reúne en torno a una mesa suculenta y, después de cenar, todos cantan, beben y hasta son felices porque en Nochebuena hay que cantar, beber y ser feliz, como está mandado. Tenemos que llenar nuestras vidas con todo tipo de impresiones felices, tan fugaces como las lucecitas que adornan las calles, y que no nos dejan ver la estrella de Belén.
No tengo ni puñetera idea de a quién se le ocurrió que hay que consumir de todo como locos, con lo cual estamos listos, y que, si no lo hacemos, se cerrarían en el acto todas las fábricas, con lo cual estaríamos más listos todavía... En Navidad se arma la Marimorena (ande, ande, ande) y so pretexto de que la Sagrada Familia las pasó canutas por estas fechas y Cristo tuvo que nacer en un cutre pesebre (¡pudiendo elegir uno cinco estrellas!) nosotros, para compensar tales estrecheces, nos gastamos en estos días todas las pagas extraordinarias habidas y por haber en comprar barras del turrón más caro del mundo y botellas del champán ése del anuncio tan bonito y tan largo de la tele, que debe haber costado una fortuna que pagamos contentísimos entre todos. Ya no nos basta con el nacimiento, sino que ponemos también el arbolito. Ni que vengan los Reyes Magos con los videojuegos, sino que se presenta también Papá Noel cargado de juguetes, chismes y regalos.
Aunque estemos en crisis, no nos privemos de comprar, viajar y beber, que hay que celebrar que Cristo quiso darnos ejemplo naciendo en un pesebre, con el aire acondicionado del buey y la mula. Mientras disimulamos desentonando algún villancico, venga a darle vueltas y más vueltas a la sociedad de consumo. Y cuando llegue la cuesta de enero, a quejarnos de lo caro que está todo.
En Nochevieja, oímos las campanadas y nos tragamos las uvas con la folklórica, el cómico o esa presentadora que siempre se equivoca. Luego, a ponerse elegantes para ir al cotillón de moda, pagando unos miles de pelas, no para celebrar el Fin de Año con las amistades, sino por ir a donde va la gente (y Vicente). Además, el personal femenino se enfunda un traje de noche carísimo que muy raramente se volverá a poner tras estrenarlo.
Cuando acaban las Fiestas... ¡a guardar figuritas, luces, bolas y guirnaldas hasta el año que viene! Con tanto ajetreo, han terminado las vacaciones casi sin darnos cuenta. Por fin podemos descansar volviendo al trabajo, a los atascos, a las facturas y al 0’7% nuestro de cada día y olvidar que Alguien que lleva impreso el signo del cambio (y no precisamente ése que están pensando) ha estado intentando nacer en nosotros, pero estábamos armando tanto alboroto en nuestras Fiestas que ni siquiera nos hemos enterado.

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