Publicado originalmente en el diario Huelva Información (Sábado, 23 de noviembre de 1996)
Nada, que sigo sin entender cómo los dibujos animados, los tebeos, las teleseries o los informativos influyeron en Caín, Troya, Hitler, Hiroshima y Nagasaki... o en la Revolución Francesa, en la que, según Mingote, "en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad sembraron Europa de muertos". No olvidemos que Rwanda es uno de los países con menos televisores, ni que los ex-yugoslavos han sido educados en el marxismo-leninismo: abolición de las desigualdades, solidaridad con los desprotegidos y el arte como máximo escalón del ser humano.
No creo que la proliferación de movimientos neonazis ni la indiferencia de los dirigentes políticos que permiten todo tipo de opresión allí donde no tienen intereses económicos tengan nada que ver con Astérix, Batman o el Capitán Trueno. No creo que a los terroristas de ETA o del IRA les haya supuesto ningún trauma infantil ver Tom y Jerry o aquellas pelis del Oeste en las que al bueno nunca se le terminaban las balas.
No entiendo a los que dicen que, ocultando la realidad a los niños, estos llegarán algún día a ser hombres perfectos. Creo que, siguiendo ése camino, lo que nos espera es algo parecido al "Mundo Feliz" de Aldous Huxley.
La violencia no se aprende como la geografía, las matemáticas o jugar al parchís. La violencia es un instinto innato, como la sexualidad, el hambre, la autoconservación y otros que también tienen los animales pero que los seres humanos podemos aprender a dominar.
Tapando los ojos de los niños a la violencia los dejamos indefensos para el día que la furia se apodere de ellos. ¿Se imaginan qué pasaría si se le pidiera a un lama que compitiese en el circuito de Jerez? La falta de preparación le impediría controlar la situación. Lo mismo sucede con los instintos: hay que aprender que no se debe acosar a las personas que nos resulten sexualmente atractivas, ni entrar en un restaurante y abalanzarse sobre una bandeja repleta de langostinos que no podemos pagar. Hay que enseñar a los niños a distinguir cuándo no se debe dar rienda suelta a los instintos violentos, y cuándo la violencia exterior justifica una respuesta violenta. Por poner un ejemplo, Jesucristo, cuyo carácter pacífico es evidente, no dudó en emplear la violencia para echar a los mercaderes del Templo.... ¡y eso que nunca vio Rambo!
No basta con prohibir a los niños comer con los dedos; lo primero es enseñarles a utilizar los cubiertos. Con la violencia sucede lo mismo: lo fácil, prohibir a los niños ver Bola de Dragón y Power Rangers; lo difícil, explicarles que en su interior hay un asesino que puede liberarse con una derrota de su equipo de fútbol, deporte que, curiosamente, genera más violencia que los dibujos animados, pero a nadie se le ocurriría prohibirlo.
La libido de los musulmanes no disminuye porque obliguen a sus mujeres a taparse incluso la cara. La solución sería educar a los niños sin hipocresía, partiendo de su miseria humana. Quizá así serán capaces de construir un futuro mejor. Pero para eso hay que aceptar que llevamos dentro un asesino que tenemos que aprender a dominar.
¡Por favor, que nadie se trague ese cuento de que se aprende a asesinar viendo dibujos animados!
Nada, que sigo sin entender cómo los dibujos animados, los tebeos, las teleseries o los informativos influyeron en Caín, Troya, Hitler, Hiroshima y Nagasaki... o en la Revolución Francesa, en la que, según Mingote, "en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad sembraron Europa de muertos". No olvidemos que Rwanda es uno de los países con menos televisores, ni que los ex-yugoslavos han sido educados en el marxismo-leninismo: abolición de las desigualdades, solidaridad con los desprotegidos y el arte como máximo escalón del ser humano.
No creo que la proliferación de movimientos neonazis ni la indiferencia de los dirigentes políticos que permiten todo tipo de opresión allí donde no tienen intereses económicos tengan nada que ver con Astérix, Batman o el Capitán Trueno. No creo que a los terroristas de ETA o del IRA les haya supuesto ningún trauma infantil ver Tom y Jerry o aquellas pelis del Oeste en las que al bueno nunca se le terminaban las balas.
No entiendo a los que dicen que, ocultando la realidad a los niños, estos llegarán algún día a ser hombres perfectos. Creo que, siguiendo ése camino, lo que nos espera es algo parecido al "Mundo Feliz" de Aldous Huxley.
La violencia no se aprende como la geografía, las matemáticas o jugar al parchís. La violencia es un instinto innato, como la sexualidad, el hambre, la autoconservación y otros que también tienen los animales pero que los seres humanos podemos aprender a dominar.
Tapando los ojos de los niños a la violencia los dejamos indefensos para el día que la furia se apodere de ellos. ¿Se imaginan qué pasaría si se le pidiera a un lama que compitiese en el circuito de Jerez? La falta de preparación le impediría controlar la situación. Lo mismo sucede con los instintos: hay que aprender que no se debe acosar a las personas que nos resulten sexualmente atractivas, ni entrar en un restaurante y abalanzarse sobre una bandeja repleta de langostinos que no podemos pagar. Hay que enseñar a los niños a distinguir cuándo no se debe dar rienda suelta a los instintos violentos, y cuándo la violencia exterior justifica una respuesta violenta. Por poner un ejemplo, Jesucristo, cuyo carácter pacífico es evidente, no dudó en emplear la violencia para echar a los mercaderes del Templo.... ¡y eso que nunca vio Rambo!
No basta con prohibir a los niños comer con los dedos; lo primero es enseñarles a utilizar los cubiertos. Con la violencia sucede lo mismo: lo fácil, prohibir a los niños ver Bola de Dragón y Power Rangers; lo difícil, explicarles que en su interior hay un asesino que puede liberarse con una derrota de su equipo de fútbol, deporte que, curiosamente, genera más violencia que los dibujos animados, pero a nadie se le ocurriría prohibirlo.
La libido de los musulmanes no disminuye porque obliguen a sus mujeres a taparse incluso la cara. La solución sería educar a los niños sin hipocresía, partiendo de su miseria humana. Quizá así serán capaces de construir un futuro mejor. Pero para eso hay que aceptar que llevamos dentro un asesino que tenemos que aprender a dominar.
¡Por favor, que nadie se trague ese cuento de que se aprende a asesinar viendo dibujos animados!
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