Publicado originalmente en el diario Huelva Información (Martes, 27 de Septiembre de 1994). Como cualquier otro texto sobre lingüística, ha perdido parte de su vigencia con el tiempo, pero lo reproduzco tal cual salío en su momento.
Cuando en los dominios españoles no se ponía el sol, daba la puñetera casualidad de que todo quisque nos imitaba. Los europeos, que ahora no hacen más que inventarse velocidades y volcarnos camiones de fresas para que tardemos más todavía en integrarnos del todo en su selecta asociación, se pirraban por copiarnos. Cuando por fin se pone el sol en España y podríamos ahorrarnos un cáncer de piel, ahora somos nosotros en masa, cual catetos, los que descomedidadmente nos afanamos en imitar a los poderosos USAmericanos hasta en el idioma, de tal manera que ponemos la radio, y entre lomplei y lomplei, no paran de hablarnos en inglés porque, ya se sabe, hay que estar siempre al sol que más calienta.
La tele nos suelta en espinglés lindezas como jándicap, ranquin, otras más aceptadas como fútbol... y entre tanta angliparla cae de vez en cuando algún Euscadi o Yordi que les hacen un flaco favor a las comunidades bilíngües. En la tele, además de anunciarse el gueim guíar ése que tiene el cerebro de la bestia, sale el locutor deportivo y se pone a hablarnos del goal average, que nadie sabe exactamente cómo se pronuncia pero tuvo la culpa de que el Depor no se llevara la Liga.
Cuando uno se harta de tanta tele, sale a tomar una copa, pero no a la taberna sino a un pab, que no se llamará Casa Pepe sino Pepe's, porque de lo contrario no se abarrotará de borregos esperando encontrarse con Brenda y compañía dentro del local.
Así le va al idioma español, al que muchos llaman por el prontamente desbordado término de “castellano”, o por “Lengua del Imperio”, porque piensan que el español no es la lengua de Cervantes, sino la de Franco, que por cierto, era gallego. Pero lo de “Lengua del Imperio” lo inventó Nebrija, y más recientemente lo repite Antonio Machado. Claro que ambos sabían perfectamente que en realidad se estaban refiriendo al “Imperio de la Lengua”. Curiosamente, los que ahora hablan de “Lengua del Imperio” dicen también “Estado Español”, aunque procuran decir “Este País” cuando piensan que todo el mundo sabe a cuál se están refiriendo. La cosa es no decir jamás “España”, que ya se sabe que ahora está mal visto tanto patriotismo.
Visto el panorama, creo que no mereció la pena armar tanto alboroto por el ya casi olvidado asunto informático de la ñ, ni por que se vuelvan a desgajar las grafías de la ch y la ll en el diccionario, porque esta medida ya se ha tomado en varias ocasiones anteriormente, y ésta tampoco será la definitiva a pesar de contar con el respaldo -no unánime- de las Academias de la Lengua del mundo hispanohablante. El objetivo de esta increíble proeza es homologarnos, a petición de la Unesco, a otras lenguas europeas, volviendo al orden alfabético latino. Lo que no se explica es por qué no tienen problemas (por lo menos no tan sonados) la w, la y (griega, como su nombre indica), la k, la ß alemana, o la Ø, que ni siquiera son latinas como lo es, por ejemplo, la h. No entiendo ni j. Lo de la ç portuguesa es comprensible: la del francés es igualita.
A quienes tratan estos temas se les suele poner de cursis, de elitistas y hasta de políticamente reaccionarios, y quizás con razón, porque el español sigue siendo la única lengua que sirve para andar por esos mundos de Dios sin saber inglés.
Como ése es un bien que sus poseedore no pueden, en su sano juicio, considerar enajenante, intentemos conservarlo y no nos creamos cualquier cosa que se diga por ahí, no sea que nos ocurra, como dice Eugenio, que al preguntarle a alguien si pertenece a la Real Academia Española responda: “¡No, pero como si lo seriese!”.
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