29 octubre 2006

LA PUBLICIDAD PARA NIÑOS (IV)

Trabajo sobre la Publicidad (Periodismo, Universidad Francisco de Vitoria, 2.000)
Ahora que somos europeos puedo ahorrarme hablar de la historieta que normalmente se ha conocido por ese apelativo, y hablar directamente de la historieta española, que a la chita callando, también ha visto a algunos de sus personajes más populares rodearse de todo tipo de productos promocionales. Y no me refiero a la próxima película del Capitán Trueno de Juanma Bajo Ulloa -que bien llevada podría incluso significar el resurgir del tebeo de aventuras en formato apaisado-, ni tampoco a la proyectada serie de televisión de Superlópez, que daría a conocer al público a ese genial personaje que incluso ha servido de sobrenombre para un famoso industrial español. Estoy hablando de los que, con permiso de las antiguas y nuevas generaciones de dibujantes autóctonos, siempre serán los reyes del tebeo español: Mortadelo y Filemón.
Más de medio siglo ha transcurrido ya desde aquel 20 de enero de 1958 en que por vez primera Mortadelo y Filemón asomaron al mundo en el número 1394 de “Pulgarcito”. Medio siglo de unas vidas complicadas y azarosas que llegaron a conocer el éxito multitudinario y accedieron finalmente a la inmortalidad, a esa inmortalidad que sólo alcanzan los héroes de papel que han sabido contactar plenamente con su público. En ese tiempo, Mortadelo y Filemón crecieron, evolucionaron y se multiplicaron, porque indudablemente en 1958 no eran como ahora, no pensaban como ahora y no actuaban como ahora.
“Pulgarcito” había cultivado hasta entonces un tipo de humor propio y peculiar, un humor testimonial e incluso en ocasiones crítico de una situación social que empezaba ya a transformarse. La renovación se imponía. Y calladamente se infiltraban en sus páginas nuevas historietas, nuevos personajes y nuevos autores que mantuvieron el prestigio dcl semanario durante la crisis del comic español de los últimos años 50. Carpanta, Tribulete., Don Pío, Doña Urraca, las Hermanas Gilda, Pascual, un tanto desnaturalizados, conservaban aún la primacía; pero junto a ellos se iban aposentando Troglodito, Rigoberto Picaporte, Margarito Celemín, Doña Lío Portapartes, la Terrible Fifi y... Mortadelo y Filemón.
En principio, “Mortadelo y Filemón Agencia de Información” fue una historieta más de las que intentaban esa obligada renovación. Una historieta con personajes nuevos que venían a tomar el relevo de sus ya cansados predecesores. Poco se sospechaba entonces que con el tiempo se iban a convertir en las máximas estrellas de la casa, que cambiarían el rumbo de lo que ya se llamaba “humor Bruguera”, que encabezarían una revista propia y que propiciarían la producción industrial de comics en España.
Sin embargo, para llegar a esto, Mortadelo y Filemón habrían de sufrir un largo aprendizaje, habrían de pasear sus desventuras al menos durante diez años para acaparar el favor de los lectores luchando denodadamente con sus rivales, y en ese periodo fue precisamente cuando cosecharon sus mejores triunfos artísticos y populares, esos mismos triunfos que los condujeron al lugar privilegiado que ocupan en el comic español y en la conciencia popular. Y, ciertamente, todo el mérito de la hazaña corresponde exclusivamente a su creador Francisco Ibáñez.
En aquellos primeros años, cuando se codeaban con las viejas glorias de “Pulgarcito”, Mortadelo y Filemón no eran aún agentes de la TIA. Eran sólo dos detectives privados empeñados en descubrir misterios, en capturar maleantes o simplemente en mostrar su rivalidad como campeones de la investigación detectivesca, Filemón entonces era irreconocible, fumaba una enorme cachimba y vestía a la moda del momento con americana y sombrero de pelo de camello. Mortadelo, en cambio, lucía ya la indumentaria que le hizo famoso, a la que añadía un alto y mágico bombín en el que ocultaba sus innumerables disfraces; no había adquirido aún su ingenua ferocidad actual y sus ojos miopes, medio cerrados, le conferían un aire de profundo despiste.

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