22 agosto 2006

LA PUBLICIDAD PARA NIÑOS (II)

Trabajo sobre la Publicidad (Periodismo, Universidad Francisco de Vitoria, 2.000)
Y ahora sí, comienzo con el llamado Manga, que nace a principios de los años 50. Los Mangas japoneses tienen una periodicidad que va de la semanal a la bimestral y siempre con un mínimo de 200 páginas por número, repartidas en historias completas o por entregas. Las historias más populares o de mayor calidad son editadas en volúmenes unitarios cuando ha terminado su edición por capítulos. Estos libros adquieren status de literatura y son reeditados continuamente; así hay obras dibujadas en los años 50 que siguen encontrándose en las librerías, pero ese carácter cultural no impide que la producción de Manga sea actualmente una de las principales industrias niponas y una constante fuente creativa de mil y un productos relacionados con ella, desde muñecos a películas. Eso sí, parece que, al menos en España, ya nadie recuerda que Mazinger Z, Heidi, Marco y Candy Candy eran Manga y también disfrutaron, coincidiendo con el boom del comic, de productos paralelos promocionales, no fueron tantos como los que hubo sobre Dragon Ball, y mucho menos los que ahora vemos sobre Pokemon, cuyo grito de guerra “¡Hazte con todos!” es tan explícito como “La Bomba”, el éxito musical de este verano, que como dice la propia canción, “las discotecas lo ponen, todas las radios lo ponen y todo el mundo lo baila”... y así claro, a ver quién es el guapo que se resiste a moverse “suavecito para arriba, para arriba, para arriba”. Bromas aparte, al proceder todo el montaje esta vez de un conocido videojuego en el que hemos de coger todos los Pokemon (abreviatura de “pocket monster”, “monstruo de bolsillo” en inglés) que nos sea posible -y cada vez mejores-, la única salida argumental posible es un campeonato de Pokemon en el que los jóvenes espectadores se identifiquen con los protagonistas, un grupo de jóvenes presuntamente japoneses pero caracterizados, como es habitual, de tal forma que el joven espectador occidental no se sienta desplazado. Como se puede suponer, son esos jóvenes quienes en la ficción tienen que hacerse con todos los Pokemon. Del videojuego y sus diversas variantes se pasa al Manga, de ahí a la serie de televisión –que es la versión que se conoce de la mayoría de los Manga, porque su estilo de dibujo simplista posibilita el pase a un medio sin el cual no se entiende la comunicación en la actualidad- , y por último a la gran pantalla... de momento, porque en estos tiempos de pretendida igualdad de oportunidades ya se está gestando un Pokemon femenino que promete dar a sus creadores tantos yenes como su contrapartida masculina. Todo sea por mejorar, y es que el rito iniciático es una constante en el Manga porque los japoneses consideran que la persona debe evolucionar constantemente, y así lo reflejan siempre en sus historietas, ya sean ambientadas en cualquier deporte imaginable, de cuentos de hadas, románticas, de cualquier tipo de combinación de sexos, románticos, policíacos, filosóficos... en fin, de todas clases. Por supuesto, tampoco olvidemos que los Manga son también productos publicitarios destinados a promover el consumo. Sí, es una variante más de la publicidad, que al fin y al cabo si intentamos definirla no es más que comunicación persuasiva pagada responsable.

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10 agosto 2006

LA PUBLICIDAD PARA NIÑOS (I)

Trabajo sobre la Publicidad (Periodismo, Universidad Francisco de Vitoria, 2.000)
Al abordar el tema de la publicidad para niños, no podemos olvidarnos de la contribución de la televisión a la formación de las nuevas generaciones en la cultura de la imagen. Sin embargo, tampoco podemos dejar a un lado el importante papel que ejercen otros medios de comunicación a la hora de aprovechar a efectos comerciales el paso de la infancia y la juventud a compradores en potencia. De hecho, se trata en realidad de una acción conjunta en la que, al coordinarse los lanzamientos simultáneos de héroes para las masas en cine, televisión, novelas, tebeos, juguetes y videojuegos, se provoca un interés inusitado que fuerza aún más el consumo, al mismo tiempo que propicia la utilización del ídolo como líder político, como estimulante del consumo artificial e incluso como símbolo de una manera de entender la vida (recuérdese cómo hasta hace unos años, el personaje Snoopy, del recientemente fallecido Charles Schultz, era estandarte en España de una tribu urbana que hubiese renegado de él de saber que la personalidad de que hace gala en sus tiras de prensa es totalmente opuesta a la de dicha tribu).
Hago referencia arriba al uso del cómic para propagar ideas políticas; esto sería propaganda y no publicidad, pero por seguir procedimientos similares, le hago esta leve mención, al tiempo que señalo que para lograr esa difusión de ideologías, los autores crean estereotipos de buenos y malos, confiriéndoles rasgos y personalidades según las conveniencias y necesidades políticas del momento. Sin embargo, voy a centrarme en los tebeos como vehículos publicitarios, ya que a causa de las necesidades de consumo llegaron a ser un rentable medio para el lanzamiento de ciertos productos, al tener en principio los niños y jóvenes más fácil el acceso a las historietas que a la televisión o al cine que, por cierto, dio sus primeros pasos a la par que las historietas en 1896. Por esta razón, el historietista italiano Hugo Pratt (1927-1996) diría que “el cómic es el cine de los pobres”.
El I Congreso Mundial del Cómic (Italia, 1965), atrae la atención de los intelectuales hacia un medio de expresión potenciado por el pop art, un estilo pictórico que terminaría abriéndose paso en el Louvre en 1967. Voy a rescatar aquí diversos comics infantiles que, precisamente en torno a esas fechas clave, han destacado por una popularidad propiciada por el apoyo de otros productos destinados al consumo infantil y juvenil. En concreto, he elegido un manga, o historieta japonesa, un comicbook de superhéroes norteamericanos y por último un tebeo español de toda la vida.

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